Recordaba estos días un debate sobre el ciclo de vida de las empresas donde analizando diferentes casos diferenciábamos entre unas que perduran casi sin sentir un declive o superándolo con innovación y adaptación a los tiempos, y otras a las que no solo le caían sus ventas de forma alarmante, sino que perdían su representatividad o liderazgo, la capacidad de influencia en su mercado e incluso llegaban a la desaparición.
Examinando estas últimas observamos ciertas coincidencias, a saber: una, no percibían un problema, a pesar de la disminución de ventas año tras año hasta que llegaban pérdidas económicas; dos, una vez revelado el problema se tendía a la simplificación excesiva del por qué, buscando normalmente el enemigo, la causa, fuera de la propia empresa; tres, el abandono de las nuevas generaciones al no adaptar la oferta a los nuevos gustos y formas ver la vida, es decir, se quedaban sin relevo generacional; cuatro, estructuras con elefantiasis y organizadas en torno a auténticos reinos de taifas más preocupados por el ‘que hay de lo mío’ y seguir mandando que por el futuro a largo plazo y el bien común de la organización; cinco, ausencia de un liderazgo efectivo, sin buenos resultado, sin cohesionar y sin compromiso del equipo; y seis, y quizás el resumen de todas, la absoluta falta de rumbo, de saber dónde se quiere ir y cómo llegar.
Rememorando este análisis encontraba semejanzas con lo vivido la pasada semana en el principal partido de la oposición –quizás esta aseveración ya tenga muchos matices–. Así la pérdida continua de votos, elección tras elección, ha sido muchas veces tapada tras conseguir el gobierno de turno, autonómico o municipal, gracias a coaliciones, obviándose realizar un profundo análisis de las causas y, menos aún, adaptar sus alternativas, sus políticas, sus formas a las nuevas realidades socioculturales y socioeconómicas. Buscar fuera el problema aferrándose a los análisis de politólogos y sociólogos sobre el dilema de la socialdemocracia europea –mal de muchos….–, o a la crisis económica, para justifica la desigualdad y el descontento. Por otro lado, la disminución de votantes menores de 35 años expresa el abandono de la ‘cantera’, y la del voto urbano y con estudios superiores, que era gran parte de su ‘segmento clientes’, ilustra la ausencia de soluciones a sus nuevos problemas. Y qué decir de la fuerza del aparato, de las baronías, esas élites ‘afuncionariadas’ capaces de decidir el ‘sin rumbo’ de la organización para no perder poder.
Es precisamente la falta de rumbo el mayor de los males de una organización. Cuando se pierde éste se comienza a perder la iniciativa, a no liderar el mensaje, a convertirse en una organización seguidora y copiar lo que hacen otros, a confundir sus valores por miedo a perder hegemonía, sin darse cuenta que es ahí, justo ahí, cuando comienza el declive. Porque para copia me quedo con el original, pensarán los votantes.