En mi anterior entrega compartí un debate sobre la virtud de saber irse a tiempo de puestos directivos, también conversamos sobre la cualidad de saber cómo irse. Que esencialmente, y de forma muy resumida, implica que la organización no se ve perjudicada en la transición y eliminar todo tipo de dependencia futura de la organización hacia su persona.
Para que se produzca una efectiva salida se deben de considerar, al menos, tres aspectos esenciales: planificarla, comunicarla y la elección, capacitación y relaciones con el sucesor.
Planificar la salida asegura que la transición sea suave, y, obviamente conlleva elegir el momento e identificar al sucesor. En su elección no podemos caer en el error de buscar nuestro clon, sino al mejor candidato que el momentum de la organización requiera (ya sabemos que cada día tiene su afán y en las organizaciones se requieren perfiles diferentes para momentos diferentes). Además, la salida debe comunicarse de forma clara y transparente, primero a los superiores, y después al equipo. Es la mejor forma de acabar con especulaciones y disponerlos a todos a colaborar en el cambio.
La capacitación del sucesor no sólo debe ser de los aspectos procedimentales del puesto, sino, incluso más importantes, de las relaciones internas y externas, y de los inframundos que en toda organización existen. Y, por supuesto, ponerse, sinceramente, a su plena disponibilidad, para consultas durante los primeros meses de transición.
Advertimos, sin embargo, que en muchas ocasiones cuando dejamos una responsabilidad no terminamos de irnos, se sigue queriendo mantener influencia en el sucesor y en la organización. Bien para proteger el legado y asegurarnos que los proyectos e iniciativas continúen. Bien por miedo a caer en el olvido, en la irrelevancia, unido a cierta necesidad de autoestima y búsqueda de reconocimiento externo. En otras ocasiones nos justificamos aduciendo nuestro compromiso con la organización, aunque quizás, lo que transciende en esta actitud es cierto sentido de propiedad a “nuestro” puesto, o que nuestra identidad profesional está absolutamente unida a la personal, de tal forma que estar en misa y repicando nos permite seguir manteniendo cierta influencia, y no quedarnos vacío de identidad.