Ocho horas

 En la larga lista de las conquistas en beneficio de los trabajadores una de ellas es la regulación de la jornada laboral y su máximo de ocho horas diarias. En su justificación, además de la división del día en tercios (trabajo, recreo, descanso), existen razones de salud física y mental, y, por supuesto de seguridad laboral. Sin embargo, algunas actividades profesionales como los bomberos demandan jornadas de 24 horas y su cuestionamiento es casus belli. Pero no sólo los bomberos, también en los servicios de ambulancias de urgencia es habitual turnos de 24 horas. (mención aparte son los médicos que realizan guardias después de la jornada laboral habitual enlazando un día con otro, jornadas laborales de 36 horas).

 Hace años tuve la ocasión de analizar la organización de varios servicios de ambulancias y en todos se repetían particularidades que afectaban a la eficiencia y calidad de la prestación del servicio que entiendo son replicables a otro tipo de servicios como los bomberos.

 El primer inconveniente que encontramos fue la desvinculación con la empresa y con el puesto de trabajo. Trabajar un día y descansar dos, como era el caso, o tres en el cuerpo de bomberos, fomenta que se desarrollen otras actividades bien laborales (pluriempleo) o de ocio que pasan a convertirse en la primera preocupación y actividad de la persona, acudiéndose al puesto de trabajo a “descansar” y siendo éste el que ofrece la seguridad laboral, el sueldo fijo y la cotización a la seguridad social. Esta desvinculación, se acrecentaba aún más porque se permitían los cambios de turnos, había casi una autogestión de éstos, dándose el caso de que se acumulaban días de trabajo consecutivo, de tal manera que se enlazaban días descanso que se convertían en auténticas vacaciones. Por supuesto, esta desvinculación producía un reflejo negativo en la profesionalidad, por ejemplo, la disponibilidad para la formación continua brillaba por su ausencia, pues rompía con la organización de las otras actividades.

 Por otro lado, el centro de trabajo se convertía en la “residencia” donde se realizaban tareas domésticas, la compra y la comida, y por supuesto comer y dormir –tiempos que, siendo computados como trabajo, no parece que sean tales desde un punto de vista efectivo–. Esta convivencia se traducía en excesiva camaradería que en ocasiones daban lugar a la confusión de roles, pudiendo afectar la relación jerárquica en el momento de las actuaciones. Otra cuestión era la seguridad, ya que después de una jornada de 24 horas, aunque se duerma, quién tiene fortaleza para seguir prestando servicio en la hora 23, o ante un siniestro de gran magnitud quién puede estar activo todo el turno.

 En conclusión, para tener un buen servicio, además de los mejores equipamientos es necesario una organización de los recursos humanos que vincule al trabajador con su profesión y lo identifique con su empresa, y por supuesto anteponer las razones de eficiencia y calidad a los intereses particulares y de comodidad.

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