Días atrás leyendo los comentarios sobre el televisivo programa de Bertín Osborne y la asistencia al mismo de un líder polperiodísticos, mi isioando detelevisivo programa de Bertítico me despertó la curiosidad de verlo, tras su visionado comprendí esos comentarios periodísticos, y los enlacé (no se por qué, los vericuetos de la mente, quizás), con esa pléyade de nuevos líderes del panorama político español e internacional que se significan por su excesivo egocentrismo, sus formas desabridas y poco respetuosas. Actitudes que parecen caer en flagrante contradicción con las prédicas que nos transmiten, que transmitimos, en cualquier conferencia, lectura, seminario o curso sobre competencias directivas, donde configuramos un tipo de liderazgo radicalmente diferente.
Predicamos la conveniencia de un liderazgo basado en ciertas competencias directivas como el trabajo en equipo, la comunicación, la motivación, la gestión del cambio, la empatía, la negociación, ya que su labor se apoya en la gente, y estas en los tiempos actuales necesitan desarrollarse como personas debido a diferentes factores como la mayor información y formación, así como una valorización sociocultural del individuo. Igualmente, alineado con este modelo de liderazgo promulgamos que el buen líder debe tener una serie de valores personales como la ética, la equidad o justicia, la responsabilidad y la humildad. Algo que ya decidí Lao-Tse, “La humildad prepara para ser jefe”. Y abundamos en mensajes sobre como la soberbia, la prepotencia, la vanidad y la arrogancia son enemigos mortales del liderazgo. Que un jefe ególatra y egocéntrico no será jamás un buen dirigente pues se envolverá una nube de presunción y arrogancia, empezando a morir como líder.
Sin embargo, si analizamos los comportamientos de estos “nuevos líderes” constatamos que se creen con más talento del que poseen y con habilidades fuera de lo normal, es decir, tienen un concepto de sí mismo muy superior a su esencia. Distorsionan la realidad para ajustarla con sus fantasías de grandiosidad y rechazan aquellos aspectos de su vida que pongan en tela de juicio su prestigio y su imagen de persona perfecta y admirable –siempre hay una buena conspiración detrás a la que aludir–. Tienen poca empatía y tampoco valoran las características personales de su entorno. Evidentemente son el centro del mundo. Son híper-susceptibles a la evaluación que le realicen los demás, reaccionando de forma excesiva ante críticas, achacándola a la pura envidia y sintiéndose muy ofendidos. Y por supuesto, jamás yerran
Si estos compartimientos son evidentes, ¿por qué se dan liderazgo de este cariz en la vida pública y privada, en la política y en la empresa? ¿Es una gran contradicción o simplemente es que una cosa es lo que la “academia” cree que debería de ser y otra cosa es lo que es? Lamentablemente no se la respuesta, quizás la evolución de las sociedades vaya más lenta que lo que se enseña y como en todo progreso se produce con dos pasos adelante y uno para atrás. En cualquier caso en nuestra mano está en ejercer y demandar líderazgos en lugar de lideregos.