Juego de críos

En la formación de directivos transmitimos que el trabajo de la dirección de empresa es un trabajo eminentemente político en el sentido mayúsculo del término, se trata de gobernar y organizar las instituciones, organizaciones, sociedades o grupos humanos. Gobernar significa elegir objetivos futuros, decidir dónde se quiere ir, siempre desde el realismo y prudencia, conociendo recursos y posibilidades reales, pero a la vez desde la innovación y el riesgo, con sentido de reto, y, en consonancia con esa decisión diseñar esa hoja de ruta el plan de acción para alcanzarlos. Esto implica que el buen directivo tiene que marcar el camino, y, además, saber llevar al grupo en esa dirección. Como todo trabajo político requiere mano izquierda, pero a la vez determinación para tomar decisiones; de firmeza de convicciones, pero de capacidad de negociación para llegar a acuerdos, en definitiva, de liderazgo.

El liderazgo no es poder, no consiste en cargos o títulos, el liderazgo es autoritas, lo que implica responsabilidad, esa capacidad para reconocer y aceptar las consecuencias de lo que se hace. La autoritas implica luchar por una aspiración compartida y saber cuándo es el momento de dar un paso atrás o a un lado, reconocer en otros sus capacidades, su carisma o, simplemente su victoria. La autoritas implica empatía, no sólo con los míos, con mis clientes, sino también con los que no lo son y con la competencia (con los adversarios), quizás con estos más, pues comprenderlos permitirá mantener relaciones de respeto, y el respeto facilita acuerdos futuros. La autoritas implica humildad para conocer sus limitaciones, para dudar de sus decisiones, para saber que no se está en posesión de la verdad. La autoritas implica un comportamiento ético, justo e íntegro para hacer lo adecuado en cada momento, no lo que le conviene personalmente a uno.

Liderazgo no es la ambición desmedida, alcanzar el objetivo a toda costa, justificar los métodos ante el fin a conseguir, y vestirlo de buenas palabras, demagogia y populismo, siempre diciendo lo que se quiere escuchar más allá de la verdad, más allá de la realidad, o sólo ofrecer derechos, pero no deberes.

La famosa serie Juego de Tronos, que tantos comentarios y análisis sobre las relaciones de poder ha recibido, nos muestra los dos modelos. Daenerys, la Khaleesi, que durante toda la serie aparecía como la salvadora, la rompedora de cadenas, mientras escondía un único y personalísimo objetivo, recuperar el Trono de Hierro a toda costa, con el método que fuese, costase lo que costase, y sin atisbo de renuncia, aunque conociera que había otro con más derecho de sangre que ella. Y Jon Snow con la autoritas para incluso captar para la causa a los irreconciliables enemigos. Visto los últimos comportamientos de nuestros representantes políticos, los de la antigua y nueva política, parece que todos juegan a ser la Khaleesi, pero nadie juega a ser Jon Snow.

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