Cuando allá por el 2011 llegó al gobierno de España Mariano Rajoy no se encontró el mejor de los panoramas, más bien al contrario; un alto desempleo, elevada deuda pública y privada, una economía en caída libre y un evidente desánimo general. A pesar de este inicio, hoy día existen datos macroeconómicos que acreditan una mejora de la economía española, como el incremento del PIB o la disminución del desempleo (aunque sigamos a gran distancia de los líderes de la UE). Siendo cierto que se ha contado con vientos de cola –el buen precio del petróleo y las políticas monetarias impulsadas por el Banco Central Europeo–, que han ayudado a salir adelante, pero también será justo reconocer que algo habrá hecho bien el gobierno censurado, aunque aún existan muchos temas pendientes.
Por el contrario, en su debe están el aumento de la desigualdad, que no se ha atajado la temporalidad en el empleo, a pesar de la reforma laboral o quizás por su causa, que la brecha de la inversión en I+D+i con los países de nuestro entorno sigue ampliándose y, sobretodo, que ese ansiado cambio de modelo productivo no se haya producido, cuando debería ser prioridad nacional y el origen de la transformación del país.
Con este escenario, al nuevo gobierno se le plantean, entre otras muchas, tres líneas de actuación fundamentales, en realidad auténticos desafíos, que no por conocidos siguen sin arreglarse año tras año, gobierne quien gobierne, y que son esenciales para ese anhelado nuevo modelo productivo. En primer lugar, el empleo. Establecer las bases para, no sólo reducir el desempleo a niveles de los países líderes de la UE, sino que además éste no fluctúe tanto con los ciclos económicos, que sea de calidad, es decir, con salarios dignos, baja temporalidad, no precario, y por supuesto, que aumente considerablemente productividad, otro de los problemas endémicos de nuestras empresas.
La segunda línea, incrementar la inversión en I+D+i, y pasar del actual 1,19% del PIB al 2% que es la media de la Unión Europa. Si se invierte en innovación se estará en el buen camino para desarrollar potentes sectores industriales que son los auténticos motores de la economía. Lo que nos lleva a la tercera línea mencionada, el fomento y desarrollo de potentes sectores industriales, y todas las positivas consecuencias que conlleva: por cada puesto de trabajo directo se generan de dos a cinco indirectos en función de la industria; sin industria perderemos competitividad y estaremos en manos de las tecnologías de otros países; y una sociedad industrializada, y más en la nueva industria del siglo XXI, genera una amplia clase media que tanto ayuda al desarrollo del nivel de vida de los países.
Retos a emprender combinando grandes dosis de sensatez con gotas de audacia, y mucha prudencia pero con rasgos de osadía. Auténticos desafíos. Nada que no hayan pregonado. Esperemos que así sea.