Cuando todo esto acabe

Durante los primeros trágicos días del confinamiento se sucedieron multitud de iniciativas altruistas y solidarias cargadas de buenos sentimientos, un eco de humanitarismo, que parecía desmentir la celebre aseveración de Thomas Hobbes, cuya resonancia traía un deseo de cambio cuando todo esto acabase. Tenía serias dudas, pues, además de nuestra frágil memoria y nuestro natural egoísmo, hubiésemos necesitado un gran liderazgo.

Las organizaciones, empresariales o de cualquier naturaleza, son lo que son sus dirigentes, y aunque todas tienen su pozo cultural e idiosincrático, la labor de sus líderes provocan los cambios, el desarrollo y la evolución de éstas, y lo consiguen transmitiendo confianza, ya saben, esa esperanza firme que se tiene en las cualidades de alguien para el fin que se propone.

Para ser digno de esa confianza se debe tener algunas cualidades: generosidad, trabajar honestamente para lo demás sin esperar nada a cambio; empatía, sincera y sin imposturas; respeto hacia los demás, en su máxima amplitud, desde considerar sus opiniones hasta ser leal a lo que representan; capacidad para trabajar en equipos con puntos de vistas distintos, opiniones diferentes, culturas y visiones alternativas, con su conjunción crecen las organizaciones y se crea una sabiduría colectiva exponencialmente mayor que el monolítico pensamiento único; y conocedor de la falibilidad de sus acciones, y, por tanto, con la humildad de reconocer sus errores.

Sin embargo, vemos unos líderes henchidos de poder, aprovechando mezquinamente la situación para sacar otras tajadas, echando balones fuera, ocultando errores e información, y otros vertiendo gasolina al fuego para aprovechar la situación. Mientras tanto, el ciudadano, deja de ser el centro, y sólo es el ariete de la batalla. Mandan, que no lideran, con el ruin, conmigo o contra mí, haciendo bueno nuestro estereotipado cainismo de los garrotazos de Goya y el guerracivilismo de bandos, y virtud de la falta de respeto, la aversión al prójimo y el insulto gratuito. Sustituyendo el debate serio y argumentado por la melopea monologista. Con este panorama, cuando todo esto acabe seguiré pensando que Hobbes tenía razón.

 

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