Maldita desigualdad

Hace unas semanas leía los resultados de aplicar el índice de progreso social desarrollado (avalado entre otros por Michael Porter), por la ONG norteamericana Social Progress Imperative en 272 regiones europeas. Después de valorar cientos de variables estadísticas de Eurostat y encuestas, las resumen en tres dimensiones: atención a las necesidades humanas básicas, fundamentos de bienestar y oportunidades. El resultado es cuando menos llamativo, las regiones con mayor PIB per cápita no son las mejores en términos de progreso social, y España que sale bien parada en la cobertura de las necesidades básicas, no tiene buenos resultados en la facilidad de oportunidades, es decir, los españoles tenemos más dificultades para progresar. Resaltar también, que ninguna de las comunidades autónomas obtiene mejor resultado en esta dimensión comparada con regiones de riqueza similar, y en concreto Andalucía es la antepenúltima. Conclusión, las oportunidades de los jóvenes españoles son de partida inferiores respecto a otros europeos. El ascensor social está gripado en nuestro país.

Constantes datos e informes abundan sobre el aumento de la maldita desigualdad y sus perversas consecuencias en la cohesión social y el resurgir de los populismos. El por qué hemos llegado hasta aquí es sabido, dos décadas de globalización financiera sin regulación y mercados globales sin compensar a los perjudicados. Y como la solución ha sido más de lo mismo, –lo que el catedrático Antón Costa llama el “cosmopolitismo dogmático”–, combinar políticas de libertad total de capitales y comercio globalizado con una sociedad cada vez más individualista con recortes en los políticas sociales de cobertura e igualdad de oportunidades, han llevado a la desesperanza a miles de personas, y ésta da abrigo a los populismos. Éstos prometen volver a los buenos tiempos retornando al proteccionismo y al nacionalismo económico, los de extrema derecha lo completan con una visión individualista y xenófoba de la sociedad y los de extrema izquierda con colectivismo. Los resultados serán más fragmentación social y romper el orden económico internacional.

Para el mencionado profesor Costa la clave puede estar en combinar razonablemente la globalización con un nuevo contrato social que compense a los perdedores y reparta mejor los beneficios del crecimiento. Una alternativa progresista al cosmopolitismo dogmático y a los populismos. Para él reconciliar capitalismo, igualdad y democracia es el reto del siglo XXI. ¿Cómo avanzar hacia ese reto? Tres ideas propongo: una, erradicar la desigualdad y la pobreza no solo por proteger la sociedad sino también por dignidad de la persona; dos, promover nuevos modelos de empresa, para que además de la rentabilidad existan otros parámetros de medición como los propuestos por la Economía del Bien Común –buscar el desarrollo social, integrar valores éticos y buenas prácticas como parte de la actividad económica–; tres, asumir la responsabilidad social como vehículo de crear buenas empresas y buenas sociedades con la retroalimentación que eso implica. ¿Utopía? Visto lo visto, no me cabe duda.

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