Cuando las barbas…

Recientemente se han producido violentas movilizaciones, en América Latina, el Líbano, e incluso en nuestra vecina Francia con los chalecos amarillos. En todos los casos el detonante, visto desde la distancia y nuestras realidades, puede parecer insignificante, pero posiblemente son las gotas que rebosan los vasos de la desazón, la frustración y la desesperación de miles y miles de personas.

Estas emociones en Latinoamérica son consecuencia del aumento de la desigualdad y la pobreza, donde a pesar de no haberles tocado la crisis financiera con la virulencia que a nuestras economías, no han sido capaces de crear y consolidar una clase media numerosa y sólida. Y aunque, por una parte, se ha reducido la desigualdad en los ingresos, por otra, ha aumentado el número de pobres extremos, esto unido al desprestigio de las clases dirigentes, unos situados en el neoliberalismo y otros en el populismo, pero todos coqueteando con la corrupción y proponiendo las recetas de siempre en lugar de abordar cambios profundos, económicos e institucionales, mientras la gente ve como se deterioran sus vidas y se quedan sin perspectivas.

En el Líbano la protesta ha sido una crítica a la mala salida que los políticos están haciendo de la crisis, con un aumento del coste de la vida, del desempleo, de la pobreza y, obviamente, de las oportunidades, unido a la corrupción generalizada y las carencias en los servicios públicos como la salud y la educación. Más cercanos, tanto geográfica como culturalmente, son las protestas de los chalecos amarillos, quiénes con su virulencia modificaron algunas políticas económicas que aumentaban los precios de los combustibles y afectaban el poder adquisitivo.

Al menos se dan dos coincidencias en estos hechos; una, su raíz en el modelo económico imperante, que, a pesar de sus indiscutibles beneficios en desarrollo económico, en investigación, en avances científicos, en cultura y conocimiento, y un largo etcétera, parece necesitar cierta reforma para adaptarse al nuevo tiempo, pues, aunque los índices económicos sean positivos no se genera empleo, se aumenta la desigualdad y se uberiza la sociedad. Dos, es la virulencia y agresividad de las protestas, que indican cierta radicalización social, y es sabido que ésta suele ser consecuencia de la falta de esperanzas y desesperación, ambas caldo de cultivo para salvadores e iluminados.

En estos días de campaña, quizás deberían hablar menos del monotema y realizar más propuestas de cómo construir la España del siglo XXI, cómo se va a crear empleo, qué se va a hacer para formar en las nuevas competencias a las nuevas generaciones y, a las que actualmente están perdiendo el tren, cómo se va a abordar el aumento de la desigualdad, cómo tiene que evolucionar nuestro estado del bienestar para que sea sostenible, etc… Una cosa me parece evidente, si no abordamos un cambio profundo con una estrategia clara y definida, más pronto o más tarde las circunstancias nos obligarán a hacerlo. Pongamos las barbas a remojar y preparémonos para evitarlo.

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