Llevo años intentando trasladar a clientes y alumnos lo importante que es para las empresas, por pequeñas que sean, tener, al menos, cuatro condiciones bien cubiertas: primera, un sentido estratégico de su acción, es decir, qué quieren ser, adónde quieren ir. Por supuesto, esto conllevará una elección y, en consecuencia, coherencia en las acciones con lo elegido, y alguna renuncia, pues no se puede ir por dos caminos a la vez. Segunda, unos valores sólidos, que marquen su conducta y comportamiento, que emanarán de unos principios irrenunciables, que serán la base de su correcto proceder, del adecuado funcionamiento de la organización. Si se traicionan los valores es el comienzo de la pérdida de identidad, pudiendo llevar al desconcierto de los clientes y al progresivo abandono de éstos si esa traición es reiterada.
Tercera, no caer en la superficialidad y banalidad, y no sólo por tener algo que ofrecer, algo que aporte valor a sus clientes, sino que, además, se deben entablar relaciones sinceras y empáticas, más allá de las simples apariencias, la comunicación efectista, la foto por la foto. Cuidado con caer en la vacuidad, entendida ésta como la falta de contenido y sustancia. Y cuarta y esencial para guiar las tres anteriores, un gran liderazgo fundamentado en un buen líder con valores personales como la ética, la equidad, la justicia, la responsabilidad y la humildad. (“la humildad prepara para ser jefe”, Lao-Tse).
Reflexionaba sobre estos temas intentando relacionarlo con nuestro complejo panorama político y, especialmente cómo cubría esas condiciones nuestro actual presidente en funciones. En primer lugar, el sentido estratégico, qué España quiere en el futuro, para lo que deberá elegir en dos temas principales: en el territorial, sobran explicaciones, y en el económico, ya hemos comentado profusamente en la encrucijada que nos encontramos; a las puertas de una recesión, en plena transformación digital, en un cambio tecnológico y del mercado laboral como no podemos ni imaginar. En función de su elección será la estrategia seguir y los necesarios compañeros de viaje con los que acordar su ejecución. Respecto a las otras tres condiciones: valores sólidos, banalidad y liderazgo, quizás los hechos hablen por sí solos.
En estas cuitas estaba cuando me sorprendió la noticia del preacuerdo de gobierno e ipsofacto me vino el recuerdo del libro y película que inspira el título de esta columna, en donde pudimos leer y ver como los protagonistas, con grandes dosis de hipocresía y una vida de apariencias cambian sus “lealtades” según son las conveniencia, con una forma de comportarse escasa de ética, de compromiso, de valores, con vidas cuyas existencias sólo tienen la motivación de ser personaje antes que persona, de vivir del parecer y no de ser, que hacen de lo trascendente algo trivial, banal, insustancial. Esperemos que tanta banalidad sea sólo una anécdota y no nos arrastren a una deriva.