Esta semana nos informaba este periódico del buen momento de la Málaga económica, que alcanza la quinta posición a nivel nacional por el número de empresas, por encima de las 132.000. Sin embargo, va bajando de esa quinta posición a medida que va subiendo el número de empleados. Los expertos consultados nos aportan una serie de razones: que Málaga no es capital de comunidad autónoma y no se beneficia del llamado efecto sede para atraer grandes empresas, que la estructura productiva de la actividad hostelera es de pequeñas empresas, que superar los cincuenta trabajadores conlleva un comité de empresa y que superar los seis millones de euros de facturación te convierte en gran empresa para Hacienda.
Además de estas razones, resaltamos otras que van más allá de lo económico, y que tienen que ver con factores culturales, históricos y psicológicos, y que son elementos de ese vértigo que frena el crecimiento.
Culturalmente la práctica empresarial ha priorizado la estabilidad a la expansión. Asegurar el futuro conservando lo conseguido. Esto genera una aversión cultural al riesgo, es decir, temor a invertir, innovar, diversificar, perpetuando modelos de negocio conservadores que limitan el crecimiento. Quizás esta práctica se haya reforzado por la tradicional falta de apoyo institucional y la imagen que de los empresarios se daba. Afortunadamente esto ha cambiado.
Muchos pequeños empresarios son self made man, es decir, personas con gran empuje y atrevimiento, con experiencia práctica, pero sin los conocimientos académicos y técnicos que se hacen necesarios cuando las empresas crecen, y sin los cuales faltan herramientas para analizar riesgos, planificar estrategias, implantar nuevas tecnologías. Ausencia que genera inseguridad y resistencia al cambio. Relacionado con este factor es la necesidad de control absoluto de forma directa. Lo que provoca una resistencia psicológica al crecimiento, ya que una empresa más grande implica delegar responsabilidades, confiar en equipos externos e implantar sistemas de dirección más complejos.
Si fuésemos capaces de combinar una buena formación, práctica, experiencial, ejecutiva y motivadora; con más apoyo institucional, como por ejemplo escalonar la regulación para ser gran empresa e incentivar la implantación de industrias; más un cambio cultural que valore el emprendimiento, el riesgo y no estigmatice el fracaso, estaremos en el camino de transformar el vértigo en impulso al desarrollo.