Sí al turismo

Tenemos un sensacional mercado turístico, con una oferta excepcional que conjuga turismo cultural, de naturaleza y la joya de la corona, el sol y playa. Oferta que se ve acompañada de infraestructuras turísticas (alojamientos, servicios de hostelería y ocio), carreteras, conexiones ferroviarias y aeroportuarias de magnífica calidad. Pero aun así se han encendido algunas alarmas debido al desaforado crecimiento fruto de algunos factores como los avances tecnológicos (las plataformas de internet), el auge de las compañías aéreas low cost, cambios sociales como la popularización del turismo y los sucesos geopolíticos que nos han prestado multitud de turistas.

Estos factores pueden llevar nuestro modelo turístico a morir de éxito. Es lo que sucede cuando se crece tanto y tan rápido que no se adaptan los procesos ni se planifican los recursos, y la entrada de clientes y su aumento de la facturación nubla la razón para ver la realidad, de tal forma que, se avanza más rápido de lo que se puede gestionar tornándose el éxito del corto plazo en fracaso en el largo por clientes insatisfechos ante la imposibilidad de servirlos adecuadamente o por los costes ocultos fruto del exceso de producción descontrolada.

Ambas secuelas pueden acechar nuestro turismo –además de otros costes sociales como el encarecimiento de la vivienda y las incomodidades de convivencia–, para paliarlas se debería trabajar en, al menos, tres líneas. Primera, cambiar la forma de medir el éxito del mercado turístico, en lugar de contabilizar el número de visitantes por indicadores de calidad como el gasto medio por turista y algunos otros que no prioricen el volumen sino la rentabilidad. Una de las formas para no morir de éxito es saber elegir a los clientes, tan importante es la captación como elegir bien el tipo de cliente a captar. Es tan valioso crecer como hacerlo de manera lógica, controlada y estratégica.

Segunda, regular la capacidad (sin excederse en esta regulación vayamos a pasar al extremo opuesto). Los territorios tienen un aforo y todo lo que sea superarlo implica no sólo que se prestará un mal servicio sino también deterioros medioambientales que más pronto que tarde traerán consecuencias negativas. Se hace necesario una ley nacional que regule los alojamientos turísticos surgidos gracias a las plataformas digitales de economía colaborativa. Es inaceptable que se ejerza una actividad sin cumplir las responsabilidades fiscales y normativas del sector, que en la mayoría de los casos están para asegurar el servicio al consumidor.

Tercera, valorizar los recursos humanos que prestan los servicios turísticos, si depreciamos su valor tendrá una consecuencia directa en el servicio prestado y en la imagen de marca del sector, de tal manera que el cliente no estará dispuesto a pagar por ello.

Hay pocas dudas que el turismo es nuestra primera industria, aportando 110.000 millones de euros, más del 11% del PIB, y generando uno de cada cuatro empleos, no nos podemos permitir no pensar estratégicamente, en su sostenibilidad y en el largo plazo.

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