Llegar tarde

Si algo caracteriza a los buenos dirigentes, ya sean directivos, empresarios o políticos, es que muy pocas veces se ven superados por las circunstancias, llegan a tiempo a los cambios de su sector y toman las medidas oportunas que requiera la situación, por difíciles, impopulares, arriesgadas y extremas que sean. Unas veces reducirán el gasto y otras invertirán para posicionarse de cara al futuro. Sea lo que fuese tomarán decisiones, pues más vale errar en la acción que en la inacción, que nos llevará a la frustración y a los “y si…” de lamento.

Obviamente, tomar decisiones acertadas repetidamente no es una cuestión de suerte, sino de una amalgama de virtudes que lo posibilitan, como la capacidad de ver más allá de lo cercano y confortable, de conocer, también, lo periférico e incómodo. No sólo conocer a nuestros clientes, sino también cómo se comportan aquellos que no lo son. Contribuirá a prever comportamientos que pueden afectar a nuestra realidad, y eso exige, además de estar muy alerta, anticipar cómo afectarán las decisiones y mensajes que enviemos.

El sentido de responsabilidad es otra virtud a destacar, aunque muy manoseado para echarse en cara malos comportamientos de unos y otros, en verdad es el deber de cumplir las obligaciones –y cada cargo tiene las suyas–, y responder por lo hecho, es decir, asumir las decisiones en primera persona y no buscando culpables externos y justificaciones como el mal estudiante.

Por último, la valentía para tomar las decisiones difíciles e impopulares, para ofrecer la verdad por mala que sea, sin tapujos, sin paños calientes, pero sin dramatismo. La verdad con el tiempo es incuestionable, ocultarla acrecienta el problema, ignorarla no los soluciona.

En estos meses de pandemia he echado en falta en nuestros dirigentes alguna de estas virtudes, quizás con ellas no llegaríamos tarde a cada nueva circunstancia, desde la entrada de turistas al comienzo de las clases, no existirían dudas en los datos y tendríamos menos incertidumbres en el futuro.

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