Liderazgo tóxico

De liderazgo se escribe mucho, quizás demasiado, aunque la mayoría de las veces confundimos el puesto de responsabilidad o poder con el liderazgo, y son conceptos absolutamente distintos.  Como todos sabemos se puede ser líder sin tener ni poder ni cargo. Si somos excelentes en lo que hacemos, damos lo mejor de nosotros todos los días, tratamos a todos con respeto y aprecio, estaremos dando  ejemplo en nuestro entorno siendo así inspiración e influencia positiva en las personas que nos rodean. En esencia, espíritu de servicio.

 

Sin embargo, muchos personajes públicos nos enseñan un liderazgo que, cuando menos, podríamos considerar tóxico. Aunque hablen de diálogo no aceptan alternativas a sus decisiones y dialogar consiste, no en recibir consejos, opiniones diferentes o modificaciones, sino en aceptar lo decidido. Ejercen un absoluto control de sus organizaciones, minimizando o anulando la controversia, lo que destruye la creatividad, la iniciativa y las posibilidades de diálogo o feedback. Quieren fieles más que leales (aquellos se conducen por devoción, éstos usan la razón), creando culturas de la supervivencia más que enriquecedoras en el ejercicio de sus responsabilidades.

 

Para el “líder” sus subordinados no son personas con su propio valor, sino herramientas o medios para alcanzar sus fines. Quien yerra la paga, quien cuestiona también. Obviamente, la empatía no es una de sus mejores cualidades. Centrado en sus propios objetivos, sus deseos personales, y es tal su ambición de transcender que sus decisiones están más centradas en su ego que en el beneficio de su organización, y el impacto que sus acciones puedan ocasionar en el largo plazo pasan al último plano.

 

Pero la clave no es sustituir al “líder”, sino el modelo, sin este cambio perpetuaremos la toxicidad social, la polarización, el enfado. Sin este primer paso, cualquier esfuerzo para mejorar la cultura, la productividad o el bienestar de las personas será en vano. Una vez eliminada la toxicidad, se puede trabajar en el desarrollo de un liderazgo con un profundo compromiso ético, que inspire, empodere y guíe a la organización hacia el éxito a largo plazo.

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