¿Hay que reinventar España?

Durante los últimos años hemos oído hablar continuamente de la necesidad de reinventarse, aplicándolo tanto a empresas como a personas. Aquellas que sus productos dejaban de ser competitivos eran impelidas a buscar nuevas formas de hacer, nuevos productos, nuevas formas de llegar a los clientes y de relacionarse con ellos. Igualmente se aconsejaba a las personas a quienes su preparación, experiencia, habilidades y competencia ya no eran de este tiempo nuevo a que se reinventaran profesionalmente e incluso vitalmente, es decir, en su forma de ver y entender la vida.

Si la reinvención es consustancial a la evolución, al avance, al desarrollo, al crecimiento y aprendizaje, ¿necesitará nuestro país, España, reinventarse?. Dadas las incertidumbres que nos acechan –más allá del conflicto territorial–, parece que existen otros muchos temas que necesitan una gran renovación. Desde la educación hasta nuestro comportamiento ético-social, nuestro modelo de convivencia. Al igual que las empresas tienen que ofrecer nuevos productos, relacionarse y llegar a sus clientes de otras formas, ya no valen los mismos métodos de enseñanza que en el siglo pasado, ni los mismos temas, ni el mismo sistema de evaluación y sus criterios. Y por supuesto el ciudadano tiene que asumir una responsabilidad ética mayor, basta de echarle la culpa de todo a las administraciones públicas, tiene que reconocerse como un ser que vive en comunidad y debe de pensar en ella en todos sus actos.

Desde la empresa, su sentido y razón de ser en una sociedad moderna, su contribución al desarrollo de la persona, su respeto al medioambiente, su imbricación social, su búsqueda de la riqueza y no del dinero; hasta la relaciones laborales y la responsabilidad que los trabajadores tienen que asumir en su desempeño, implicación, preparación y dedicación.

Desde las formas de gobierno hasta el sistema impositivo, una verdadera mirada en el bien común, lucha por la desigualdad, transparencia como forma de hacer y no como cumplimiento legal, una estructura y organización de los servicios públicos eficiente, una comunicación que llame a las cosas por su nombre, que se diga la verdad y no lo que se cree que el “cliente” quiere oír; y un sistema impositivo ecuánime y sin trampas que permitan los escapes.

Estamos en la cuenta atrás de otra fase electoral que culminará con la elección de quien dirigirá el país en unos años claves donde se sentarán las bases de la España del siglo XXI. Vivimos un tiempo nuevo, un tiempo de cambio, de reinvención, que quizás necesite nuevas maneras de hacer política, de relacionarse con los ciudadanos, de organizar el Estado. La cuestión es si eso será posible haciendo las cosas de siempre, con las mismas personas y con los mismos comportamientos. Será necesario un gran liderazgo, y el buen líder hace lo correcto en vez de lo fácil, y lo necesario en lugar de lo esperado.

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