Desesperanza

He caído en la desesperanza, y no tanto por la dramática situación que vivimos (¡que no es poco!), cuyas consecuencias –excepto las irreparables pérdidas humanas–, sanitarias, económicas y sociales, aun con grandes sufrimientos traducidos en cierres de empresas, freno del crecimiento económico, descenso de la riqueza colectiva, aumento del desempleo, aparición de nuevos focos de pobreza, acentuación de las desigualdades, etc…, tendrán más pronto o tarde sus soluciones.

Siendo esto gravísimo, lo que más me preocupa es la consolidación de una polarización social cargada de incomprensión, falta de respeto y odio. Cuando en las organizaciones y grupos humanos, rige la imposición, la victoria por aplastamiento antes que por convencimiento, el desprecio a la opinión del otro, el hooliganismo y, por tanto, la falta de sentido crítico a los argumentos de mi bando, pocos avances se producen en ellas. Lo peligroso es que estos comportamientos, que antes aparecían sólo en ciertos políticos, se producen cada vez más en conversaciones entre amigos y conocidos, y si estas conductas invaden las organizaciones, consolidan una cultura, una forma de ser, que forja organizaciones tóxicas.

En mi experiencia he comprobado que existen empresas y organizaciones conducidas con buen gobierno y otras con un gobierno tóxico, y créanme que, en éstas últimas, la convivencia se regía por la intriga, el critiqueo, la insidia, la manipulación, las zancadillas, y las consecuencias eran las ineficiencias, baja productividad, ausencia de innovación y de sentido estratégico. Empresas en las que el trabajador subyugado y maltratado, que se quejaba de ello, superaba a su predecesor cuando era promocionado, tal era la invasión cultural.

Salvando todas las distancias, tanto en una empresa como en un país, la convivencia y remar en la misma dirección son esenciales para avanzar y desarrollarse, lo que es indisociable de un buen gobierno. Revertir la polarización extrema y esa inquina latente, solo dependerá de nosotros. Esperemos que no se cumpla la aseveración de Edmund Burke: “Para que el mal triunfe, solo se necesitará que los hombres buenos no hagan nada”.

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