¿Es la no exclusividad el problema?

Que el sistema sanitario público necesita muchas mejoras, es sabido, y que “sobrevive” –según diferentes estudios e investigaciones–, gracias al denuedo, dedicación y profesionalidad de los profesionales sanitarios que salvan las muchas carencias de presupuesto y organización el sistema, también.  Por tanto, algo esencial del cambio deba ser diseñar, desarrollar e implantar una política de recursos humanos que ponga en valor el talento de los profesionales, como palanca y base del nuevo sistema.

Las manifestaciones de los responsables políticos apuntan algo en este camino con su compromiso de contratos estables, aumento de salarios y la retirada del controvertido complemento de exclusividad, como acicate para la vuelta de médicos que se fueron a la medicina privada y por discriminatorio y ser un agravio comparativo con otros profesionales sanitarios dentro del mismo SAS. Pareciéndome una injusticia, creo que el debate es mucho más amplio que complemento de exclusividad si o no.

El debate es qué política de recursos humanos se diseña e implanta, qué se desea, profesionales comprometidos y con talento o otra cosa. En función de la elección, así irá la cuestión de la exclusividad, tema controvertido porque se mezclan aspectos de libertad individual (cada uno en su tiempo libre puede hacer lo que quiera), con el interés empresarial (protección de la ventaja competitiva, retorno de la inversión en formación y aprendizaje de sus empleados). La mayoría de empresas privadas serias y competitivas fijan contractualmente la exclusividad, por una cuestión evidente: si tienes un profesional con talento no es de recibo que nutra con éste a la competencia. Evidentemente esta exclusividad debe ser remunerada, como así lo regula el Estatuto de los Trabajadores, que establece que un pacto de exclusividad o plena dedicación debe ser remunerado explícitamente.

En el caso que nos ocupa creo que debe existir la exclusividad, por razones como las comentadas para las empresas privadas, además de evitar posibles conflictos de intereses (como así tienen otros profesionales de la administración pública). Ahora bien, antes de nada, hay que es acabar con la política de recursos humanos anterior, de contratos a tiempo parcial y temporales –una clara precariedad laboral que, curiosamente, criticaban en las empresas privadas–, y diseñar un plan de recursos humanos con retribuciones acordes a la formación y a la responsabilidad que asumen los médicos, salarios flexibles, evaluación del desempeño con criterios objetivos, reconocimiento de logros, incentivar la formación y diseñar planes de carrera profesionales y no politizados. Involucrar al profesional en la definición de los objetivos y en el establecimiento de los indicadores. Y una cuestión importantísima, poner en valor socialmente la figura, el prestigio y la autoridad de los médicos. Esto redundará en beneficios de la sociedad. Que no es fácil, es obvio. Que existen muchos intereses contrapuestos, también. Pero que es necesario, indudable si queremos salvar la “joya de la corona”.

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