A la desesperada

Viendo las últimas decisiones y actuaciones (quizás este término sea más exacto por el espectáculo que montan), de nuestros políticos, tengo la sensación que con más frecuencia de la debida van tomando decisiones a la desesperada, que por definición son aquellas que conllevan remedios extremos con los que se pretende lograr lo que no parece posible de otro modo. Y es precisamente ese carácter extremo lo que implica la asunción de riesgos excesivos y exagerados, que una vez desparramados no se controla su propagación, se desbocan sin control.

Evidentemente no son los únicos afectados por esta acción. A lo largo de mis años profesionales he visto -incluso un servidor también las ha tomado-, decisiones desesperadas, si bien en los casos que me vienen a la memoria estaban motivadas por situaciones de riesgo extremo, en las que las empresas estaban más cerca de la quiebra que de la continuidad. Situaciones así llevan a intentar suplir esa falta de esperanza con decisiones que desbordan la lógica, el sentido común y la prudencia. No es que las justifique, pero si tienen una explicación humana, psicológica y social.

Cierto es también, que habitualmente, y en las que recuerdo se confirma, esas decisiones fruto de la desesperación no sólo no consiguen el remedio esperado, sino que agravan el problema, y ese agravamiento en unos casos lleva a la finalización de la situación, pero en otros a una concatenación de decisiones desesperadas, a una especie de carrera a seguir sin solución, pero sin vuelta atrás ni pausa. Un Thelma y Lousie con final conocido.

La cuestión es cómo no caer en decisiones a la desesperada.  Quizás, además de tener un método, y bibliografía hay para aburrir, lo que desde mi punto de vista es esencial y definitivo es conjugar cuatro actitudes o virtudes: apertura de mente, firmeza de criterio, sincera generosidad y nobleza, y visión del largo plazo. Pueden parecer antitéticas, pero creo que se complementan perfectamente. La apertura de mente implica disposición a enriquecer nuestros puntos de vista e ideas con otros matices, otros pensamientos, lo que requiere capacidad de observar (examinar con atención), y capacidad de reflexionar sobre los pensamientos de otro. La firmeza de criterio, suele ser confundida con convicción, inamovilidad, vehemencia, pero nada más lejos de esos conceptos, es la capacidad de emitir juicios de valor equilibrados, de distinguir entre lo importante y lo banal. La generosidad y nobleza fortalecen el espíritu, la confianza en uno mismo y el equilibrio emocional. Y la visión a largo plazo, permite tomar decisiones sin buscar el premio inmediato, la recompensa rápida, posibilitando, por tanto, alcanzar la mejor decisión. Aunándolas todas se conformaría un maravilloso círculo virtuoso donde la retroalimentación entre cada una de estas actitudes enriquece y consolida las decisiones a tomar.

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