Mortalidad excesiva

La supervivencia de las empresas españolas es de las más bajas de la OCDE, en el ranking de europeo de Eurostatsomos el decimonoveno de veinticuatro y según INE transcurridos los primeros cinco años sólo sobreviven el 40% de las empresas. Estos datos no sólo son números, esconden frustraciones, fracasos, vidas truncadas, desarrollos económicos malogrados e inconclusos.

Diferentes causas influyen en esta mortalidad temprana. Por ejemplo, en muchos casos la iniciativa emprendedora no es por decisión propia, sino que se emprende como consecuencia del desempleo, de tal forma que es casi una obligación para subsistir como autónomo, faltando el carácter necesario para aguantar el sinvivir que conlleva, un mínimo de formación y experiencia.

Otra causa es la dificultad para acceder a la financiación. Por una parte, la banca es poco proclive a conceder créditos a empresas de nueva creación, bien porque les falta histórico que avale su viabilidad, o porque no hay garantías adicionales que afiancen el crédito, e incluso porque éstos se piden sin buenos planes de negocio que demuestren su viabilidad. Pero, por otra parte, tampoco hay una banca especializada, con un departamento de riesgo absolutamente diferente a los tradicionales, que maneje nuevos criterios para el análisis de las operaciones y con más conocimiento del mundo emprendedor y de la microempresa.

En la alta morosidad que hay en España –la comercial está en el 12%–, y nuestra viejísima tradición de no pagar al contado, encontramos otra razón. En 2017 la media de pago del sector privado fue 77 días y en el público 65, lejos de los 60 y 30 días que, respectivamente, establece la ley. Esta asumida “normalidad” se refleja en que el 85% de las empresas nunca o casi nunca exigen a sus clientes morosos los intereses de demora, y el 92% no exige la indemnización legal por costes de recobro. Como sabemos, en los primeros años ninguna empresa va sobrada de liquidez por lo que estos retrasos en el pago la hacen muy vulnerables.

Un cuarto motivo está en la falta de cultura y formación empresarial. Se comienzan los proyectos sin análisis rigurosos sobre el mercado, ni los clientes, ni los costes e ingresos, sin estrategias. Somos espontáneos e improvisadores, la eficiencia y productividad no es una prioridad, lo que ocasiona que cuando se afronta el crecimiento, éste desborda la organización, la estructura, la producción, y el caos aparece.

La alta mortalidad tiene sus efectos, algunos repetidos como un mantra, al no posibilitar que las empresas se hagan grandes –esto suele ir acompasado al tiempo–, de ahí el gran número de micropymes y pymes, y como ya hemos escrito alguna vez, el tamaño sí importa, para temas como la financiación, la innovación, la productividad, la internacionalización, etc…. Por otro lado, ser empresario no es fácil, implica estudio, preparación, dedicación, tener claro el mercado, encajar producto con cliente, en calidad, prestaciones, servicio, tener capital para invertir, liquidez para aguantar y, el carácter y preparación personal necesaria.

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