La joya de la corona

Cerrábamos el año con un par de noticias sobre la sanidad andaluza, por un lado la pérdida de puestos en el ranking del Monitor de Reputación Sanitaria de los hospitales malagueños, Carlos de Haya y Clínico, que descendían 32 y 13 puestos respectivamente, situándose en las posiciones 49 y 33 a nivel nacional. Los motivos, los evidentes: aumento en las demoras medias para operaciones, tardanza en la realización de las pruebas diagnósticas y en consecuencia de los diagnósticos, falta de personal y los colapsos de las urgencias. Lamentablemente “fuentes oficiales de Carlos Haya y el Clínico se extrañaron del resultado, ya que los dos hospitales tienen la misma actividad y cartera de servicios del año anterior” (Sur 15/12/16). Esa falta de autocrítica sitúa a la oficialidad lejos de la realidad. Y por otro lado, la cancelación del proceso de unificación o fusión de los hospitales de Granada, fruto de la presión en las redes sociales y en la calle, promovida significativamente por un médico y seguida por diferentes colectivos. Alcanzando sus consecuencias a que se descosan las fusiones ya en marcha como las de Carlos de Haya y Clínico.

Parece el sistema sanitario andaluz pasa de ser la “joya de la corona” a estar en cuestión. La crisis y sus recortes posiblemente tengan que ver, pero no se puede estar siempre echándoles las culpas a otros, la obligación y responsabilidad de los dirigentes de la Junta es decidir, elegir qué modelo de sanidad se quiere y que éste sea asumible a los recursos que se tienen o se pueden tener en Andalucía. Es evidente que las circunstancias distan mucho de los años ochenta cuando se comenzó a fraguar nuestro estado de bienestar. La financiación necesaria para mantener esa universalidad de prestaciones es cada vez mayor, el envejecimiento de la población implica un aumento del gasto sanitario por razones evidentes, y la tecnología aplicada a la medicina requiere de maquinarias costosísimas para los diagnósticos y que dado ese elevado coste hace muy difícil que todas estén disponibles en todos los hospitales (este ha podido ser uno de los criterios que han impulsado las fracasadas fusiones).

La cuestión es si seguimos con el mismo modelo del sigo XX, viviendo un paulatino deterioro, o se toman decisiones, seguramente incomodas (fusionar servicios), controvertidas (corresponsabilizar al ciudadano de su salud) e incluso impopulares (copagos) pero probablemente necesarias y nos adaptamos a la nueva realidad.

Sea lo que sea, lo que nos han enseñado los acontecimientos de final de año es que tanto en el diseño del modelo como en su implantación será esencial implicar a los profesionales sanitarios buscando su opinión, permitiéndoles debatir y dar sus aportaciones. La contribución de ideas, experiencias y aprendizaje promueve la confianza, la involucración y mejorará, consecuentemente, el éxito de la implantación. De esta manera se podrá tener un enfoque común y expectativas claras de dónde se quiere llegar y qué rol y responsabilidad tiene cada uno. Lo que si parece  incuestionable es que se necesita un nuevo.

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